lunes, 11 de enero de 2010

EL DISIDENTE



Aquel viejecito de poblada barba blanca que leía a menudo frente al espejo en su pisito romano, había decidido en la soledad de su dormitorio, rodeado por la presencia reconfortante de sus libros que a partir de aquel día solo hablaría lo imprescindible tal como se estaba poniendo la vida, que bien podía ser comenzar con unos “ Buenos Días” por las mañanas , para acabar con el consabido “ Buenas Noches” al retirarse a sus aposentos. Entre ambas frases cortas , probablemente, según lo que había fraguado en su mente hábil , sería muy parco en palabras con los demás.


La decisión estaba tomada y no tenía vuelta atrás y que la medida fuese tan drástica no es porque el fuese particularmente arisco , huraño o poco sociable. Qué va. Ni mucho menos. Era más sencillo, o menos complicado según se quiera entender. Y es que a estas alturas estaba cansado de que nadie le prestase la debida atención. Con eso no quería decir que no es que se preocuparan por él hasta llegar al extremo de que lo considerasen un mueble o un cachivache de dudosa utilidad, de tantos que había en casa. No, no se trataba de eso.

A su edad atesoraba el preciado conocimiento que se exprime de la vid de los años. Es el fruto de la experiencia, se decía, que tan poco valora la juventud- hacía años que no daba consejos a nadie, ya fuesen sus propios hijos o a sus amigos de siempre- a los que bastaba una mirada para entenderse. Lo que con tanto trabajo y esfuerzo había aprendido lo guardaría para sí. Para qué hablar, entonces.

De todas formas, pensaba que aunque le escuchaban intentando aparentar interés, sus palabras, cálidamente pronunciadas entraban por un oído de los demás y salían por el otro con facilidad. Por lo tanto, tozudo como pocos, disciplinado y muy convencido, se dijo que hoy mismo aplicaría el plan, a sabiendas que traería polémicas y algunas murmuraciones entre familiares y conocidos.

Y dicho y hecho. Había terminado de tomar su café matinal, que él mismo se preparaba tras levantarse cuando llegó su hija menor, que enroscándose a su cuello, le zampó dos sonoros besos en cada mejilla, dándole cariñosamente los buenos días.

- Buenos días, hija, le contestó. Y ahí se detuvo la conversación.

- Papá, le preguntó Eva, extrañada, ¿ Te pasa algo?






Del libro de relatos inédito “ Cuentos sin fin” de Casiano López.

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