miércoles, 20 de enero de 2010

CUADERNO DE APUNTES 2: ANTONIO RODRÍGUEZ AGÜERA




Entre estas dos fotos del artista ubriqueño Antonio Rodríguez Agüera , salvando las lógicas distancias de las calidades técnicas de ambas: una, realizada con cámara analógica y revelado tradicional en la década de los ochenta, y la segunda, con cámara digital, retocada y en septiembre del año pasado, además de corroborar que los avances tecnológicos son imparables en cualquier campo, deja a la vista otros detalles no menos relevantes.


La primera fotografía, desvaída por el paso del tiempo muestra a un Rodríguez Agüera pintando un cuadro al natural en el hermoso paraje del Rano. De espaldas a nosotros, con su jersey verde y su caballete de campo entre las piedras, el pintor se afana intentando captar el movimiento del agua que corre con increíble fuerza y vigor.

Transcurridas unas horas, a base de gruesos empastes aplicados con la espátula, llega un momento en que el agua ficticia también se agita indómita sobre la rugosa superficie del lienzo, casi a punto de salpicarnos con su espuma. El día luce primaveral, la luz resbala por las rocas grises de la Sierra y Antonio es el fiel escriba que da fe con su arte de las maravillas de la naturaleza y de la belleza sin par de los paisajes que rodean a Ubrique, cuando no está entre sus calles, pintándolas como lleva haciendo toda su vida, cronista fiel de la evolución del pueblo desde su más temprana juventud.

Entre el Agüera joven y esforzado de la primera toma que yo mismo realicé con una cámara, regalo de Reyes, y el Agüera maduro y experimentado de la segunda, adivinamos como el tiempo ha tratado al artista, aportándole un poso de serenidad y relativa felicidad que se transluce en la mirada y el gesto relajado del veterano pintor, que con un historial digno de alabanzas por el mar de dificultades y pruebas superadas, ha llegado a un punto crucial de su carrera, investido de una maestría y una humildad que corren parejas, después de tantas horas de vuelo solitario.

No cabe duda de que es el mismo Agüera de siempre cuyo espíritu y tesón no envejecen nunca. Aplacado el ímpetu de la juventud del artista adolescente que todo lo ansía y con inmediatez , queda patente la sabiduría alcanzada y el equilibrio certero que respira su obra más reciente.

Antonio, como todos los de su estirpe, tiene y él lo sabe, un bicho en la barriga que no le deja descansar nunca; que lo espolea y no le permite que se duerma en los laureles. Como si fuera el primer día que empuñó un pincel o un lápiz, sabe que todo está por descubrir y que queda mucho por aprender, tanto que la ilusión te mantiene vivo cuando a veces a nuestro alrededor el mundo se derrumba.

Que siga así, amigo.


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