lunes, 20 de diciembre de 2010

LÁGRIMAS SECAS

Lloro lágrimas secas,
de ácido concentrado al compás
del cielo que se derrama
inconciente.

Las lágrimas de mis ojos son
valles por donde no viajan
las nubes.

Es un desierto de arena sin
remisión

Pero amanece cada día.

Del libro de poemas inédito " Los Días Deshabitados" de
Casiano López.

martes, 14 de diciembre de 2010

CANTA, MORENTE



Con Morente se apaga una estrella prematura que debió refulgir en el firmamento del Flamenco y de las Artes cuantas décadas más hubiese sido necesario, por lo menos hasta alcanzar al nonagenario Picasso, al que en breve rendirá homenaje con un nuevo trabajo ya de carácter póstumo , y también para que su voz enronquecida alcanzara el timbre de los metales viejos que sólo el tiempo es capaz de moldear. Sin embargo, la muerte enamorada no ha podido- no ha querido- esperar y lo que parecía una operación sencilla- ninguna en realidad lo es- se complicó sobremanera provocando un funesto final que no esperábamos , excepto quizás para la propia Parca que arrancó del granado la codiciada fruta plagada de rubíes.



Piedras preciosas como las que tallaba Enrique con su voz prodigiosa, encerrando en sus letras, como en un “ukiyo” japonés, la maravillosa fugacidad y precariedad del misterio de la vida, que el tiempo desolador lame con fiereza hasta que nada queda en pie, convertido en polvo y cenizas que el viento aventa, verdad irrefutable donde las haya.


Tan verdad como que en los jardines de la Alhambra aún lloran desolados los fantasmas errantes de sus antiguos moradores, lamentando el día nefasto de la partida y de la pérdida del reino. Lloran como antes, ahora, desconsoladas un coro de odaliscas desnudas que se mesan los cabellos, incapaces de detener un torrente de lágrimas que baja despacio por los pechos turgentes en surcos húmedos y cálidos, en invisibles ríos que descienden hasta los tersos vientres donde nace la vida que se engendra en las tibias oquedades. Gimen en la penumbra la pena negra por el que se ha ido, pero que todavía sigue aquí. Enmudece Granada y callan los pájaros en la tarde violeta y anaranjada. Canta Morente y un brillo nuevo sacude las estrellas….

miércoles, 1 de diciembre de 2010

EL DESVÁN SECRETO

Os dejo aquí, en el cajón donde se acumulan las cosillas que la vida nos trae, este relato inédito que acaba de ganar en la semana en que cumplía años, el 1 Concurso de Relatos convocado por la Asociación de Vecinos Plaza de la Verdura de Ubrique. Espero que os guste:

                                                          EL DESVÁN SECRETO



Del pintor Diego Rodríguez de Silva y Velázquez al canónigo Don Juan de Fonseca y Figueroa :


Estimado Juan :


Acabo de enterarme casualmente de que habéis tenido que abandonar presurosamente la Corte para atender un asunto familiar que no admite espera y que estaréis fuera un tiempo, y es por ello por lo que os escribo esta epístola confesándoos que me encuentro atravesando una fuerte crisis de melancolía, y que paréceme que tuviera aprisionado el corazón tal como si hubiese ingerido un bebedizo que me hace añorar la luz del sur que me vio nacer y la silueta luminosa de mi Sevilla. Es un pellizco tan fuerte que siento el alma atenazada y los ojos doblegados por un peso descomunal e invisible.


Pero perdonadme , os sitúo. Anda la Corte revuelta por los avatares que sacuden al Reino y a su majestad don Felipe, que me traen de aquí para allá, en un continuo trasiego de pasos perdidos de una estancia a la siguiente, más yo no encuentro el sosiego hasta que me encierro en mis aposentos frente al caballete y dejo que mi mano vuele sobre las miserias que aquejan a esta España nuestra, sumiéndola en el pesimismo y la tristeza que acarrea la marea de silenciosa decadencia que nos corroe, volcándome en el dibujo, recreando el aire que circula por las frías y desangeladas habitaciones de palacio.


Combato desta guisa esta súbita tristeza inesperada que me abate que sólo mi viaje a Italia consiguió frenar temporalmente. Si os dijera, amigo mío, cuánta belleza escondida duerme tras los muros de los palacios e iglesias de la Roma eterna y de las urbes italianas. Quién quiera comprender aún someramente los secretos y arcanos del noble arte de la pintura y el dibujo tiene que asomarse en alguna ocasión a las fuentes donde bebieron los grandes maestros, respirar el aire que los inspiró, visitar el terruño mágico de esa península a la que los dioses paganos concedieron el don inaprensible de que la hermosura y la beldad encontrasen su solaz allí.


Mas la tregua duro poco. Esa congoja disipada de la que os hablaba hizo mella en mí al pisar de nuevo España y se agudizó si cabe – todo es susceptible de empeorar- cuando retomé los mil y un asuntos pendientes que esperaban mi aparición para la pronta resolución de aquellos . Ay, caro amigo, cuánto lamento no poder dedicarme exclusivamente a pintar. No ando muy bien de salud y paréceme que los años que me quedan por delante no han de ser tantos, supongo, y que el tiempo de los días felices y despreocupados de mi juventud sevillana se desdibujan si vuelvo la mirada atrás, como los repentinos aguaceros que me sorprendían camino de la casa de mi estimado suegro ,don Francisco Pacheco, enturbiando la visión, cuando andaba embebido de los amores de mi querida Juana, su hija.


Tras la lluvia repentina que impregnaba de frescor las callejas y arboledas, un sol de primavera secaba de inmediato el agua caída, tal como si no se hubiese desatado ninguna efímera tormenta. Así, de parecida forma, los días de vino y rosas se pierden por el sumidero del tiempo sin remisión, evaporados en un segundo, pasando a formar parte del arcón de la memoria. Pero no es mi intención agotaros, querido Juan, con pensamientos tristes o funestos, aún siendo fácilmente demostrable que esta época que nos ha tocado en suerte arrastra un halo de indolente pesar insuperable, y por lo tanto , debemos, y yo el primero, sobreponernos al malestar que reina por doquier, porque la vida es un don del Altísimo que en demasiadas ocasiones transcurre tan veloz que apenas disfrutamos de los breves instantes de felicidad que nos son otorgados y sólo cuando los achaques, la vejez o el dolor - que nos acompaña, sombra fiel, desde que nacemos hasta que morimos- dan señales de su existencia, similar al otoño cuando anticipa el invierno en leves detalles, nos apercibimos de la certeza de la derrota.


Como veis, tiendo a filosofar y sin desearlo, el semblante se me torna taciturno, pero, quía, cambiemos de tercio. Tengo otra confidencia harto más placentera que deseo contaros, que os resultará un poco embarazosa dada vuestra condición religiosa y que yo mismo albergo serias dudas sobre si es conveniente que conozcáis lo que he ocultado siempre. De modo que esfúmense veloces cualquier tipo de sobresaltos que apenen el alma. Váyanse lejos las miserias y las penurias . Que la luz de la primavera traspase los ventanales y los postigos, desvelando las sombras y ahuyentando la oscuridad, aunque hoy sea rudo invierno y el frío que baja de la sierra, intenso. Mas a lo que iba. Como bien sabéis, mi producción pictórica abarca principalmente el retrato y la figura, por las que siento una natural inclinación. También he pintado paisajes despojándoles de personajes y centrando la atención en los espacios vacíos. Y aquí viene lo sorprendente, en el desnudo, sí, en el desnudo. Desde mi juventud ha sido uno de mis temas predilectos y aunque no halláis visto poco más que la Venus del Espejo, guardo – y confío en que sabréis darle a este asunto la confidencialidad y la discreción que requiere- en mi gabinete, tras una pared falsa, por la que se accede siguiendo un corto pasillo, un reservado donde atesoro celosamente mi producción secreta.


En ella abundan varios centenares de apuntes realizados del natural a muy hermosas doncellas y a alguna que otra noble dama que no supieron resistirse a la tentación de desnudarse ante mí, atraídas por mi fama y admirable reserva. Aligeradas de ropajes y abalorios sus jóvenes cuerpos, instrumentos del amor o la soledad, no tenían el menor recato o pudor en enseñarme sus encantos, tendidas o de pie, en la intimidad y el silencio de mi estudio.


No dejo en el tintero tampoco una serie de óleos, que algunos podrían calificar de un poco comprometidos, por lo sugerente, quizás, de la postura o el magnetismo de ciertas miradas de inequívoca lectura. Como vos bien sabéis cuando se pinta un retrato no basta solamente con captar la fisonomía del personaje, sino que es absolutamente necesario aprehender el alma del retratado para que la empresa llegue a buen puerto, y puedo asegurar a fe mía, que tras la desnudez de las damas y la excelsa belleza y armonía de sus miembros, el poso de su ingrávido espíritu ha quedado atrapado en la trama del lienzo, merced a la magia del color y el dibujo, igual que el oro queda atrapado en el fino cedazo, devolviendo la arena y las impurezas a la corriente impetuosa del río ,que ajeno a todo sigue indiferente su curso.


Os confieso no sin rubor que esta faceta mía no debería sorprender a nadie, pues es de general conocimiento el afán y el interés que he sentido desde mi juventud por desentrañar los misterios del cuerpo humano a nivel pictórico, sin llegar a lo que hacía el maestro Leonardo que incluso se atrevía con las disecciones, pero eso es otra larga historia que ahora no viene a cuento. Ahondar por tanto en el género del desnudo no es mas que un escalón más en el camino indagatorio sobre el cuerpo y el espíritu humano, aunque la moral reinante y el poder de la iglesia- por vuestra condición de sacerdote sabéis que no miento- hayan convertido la representación del cuerpo hermoso y pleno de la mujer en algo poco menos que pecaminoso y lascivo, merecedor por ello del castigo de arder hasta la eternidad en las calderas hirvientes del subterráneo infierno.


La verdad es que no me ha supuesto ningún cargo de conciencia dedicarme cuando he podido, que no siempre, a alentar esta producción paralela a mi obra oficial, siendo grandes las satisfacciones que me ha reportado este sublime placer de contemplar los cuerpos desnudos más bellos jamás vistos y haber tenido la oportunidad de captar de forma verosímil , mediante un artificio de manchas, luces y colores, tanto las formas sensuales y naturales de sus gloriosas curvas y redondeces, así como su juvenil alma, lejos todavía del invisible deterioro que los días y sus afanes arrastrarán a nuestra orilla, desconocedores aún de que la hermosura más excelsa lleva en sí misma el germen invisible de la podredumbre y la descomposición.


Mi admirado suegro y maestro, don Francisco Pacheco, discreparía de mí profundamente, ya que él considera la pintura un vehículo ideal para redimir el mayor número de almas a través de una representación adecuada de la imágenes religiosas. Conocéis de sobra algunas de sus fórmulas un punto eruditas y no pocas de sus recomendaciones como aquella curiosa de que las crucificados llevaran cuatro clavos en vez de tres y que una gran mayoría de pintores ponía en práctica sin cuestionárselo siquiera, fiel siempre al espíritu de la Contrarreforma y sin alejarse un ápice de los caminos que no condujeran al amor de Dios y al perfeccionamiento de las virtudes religiosas que asegurarán la salvación.


Por lo tanto, me imagino verlo preso de un ataque de rabia si hubiera sabido que su yerno, casado con su adorada Juana a la tierna edad de dieciséis abriles se inclinaba por un tipo de pintura que nada tenía que ver con la él había defendido y postulado siempre. Una pintura mundana, de un refinado erotismo, más propia de religiones paganas o incivilizadas que lo que por norma y ortodoxia debía hacerse en estas cristianas tierras. No obstante, en mi época de aprendiz recuerdo que me alentaba a que profundizara en el conocimiento del cuerpo humano como algo consustancial al oficio.


Poco importa ya, en todo caso si habría de importunarle o no conocer mi afición secreta. Y no caigo en una falsa presuntuosidad cuando afirmo que he llevado el género del retrato a cotas muy elevadas y aunque mi obra atraviese los meandros del tiempo, puede que unas veces, olvidada por otros que gozarán de idéntico talento al mío, no me cabe duda de que habré de ocupar y si hay Dios ahí arriba ( no me tengáis en cuenta la blasfemia ) un lugar destacado entre la constelación de artistas que han de marcar un antes y un después en el Parnaso de los pintores.


También os confieso que prefiero pintar antes cualquier personaje de la calle, por muy humilde que sea , a una escena religiosa o a un indolente noble, excepto a mi querida infanta Margarita, a la que tanto aprecio. Me atraen la humanidad que rebosan los humildes bufones, los sufrientes enanos de mirada triste. Bajo sus pequeños y deformes cuerpecillos late un corazón que siente tanto como el de cualquier otra persona y una alegría , por insignificante que sea, enciende en sus ojos un vivaqueante brillo de fugaz felicidad. ¿ que les diferencia de un Rey, de un Valido, o un purpurado Cardenal


Vos sabéis bien que no existe ninguna diferencia sino la que marca la rígida escala social que nos ha tocado en suerte. Unos, por designios inescrutables nacen en la cúspide del orbe, desde la cuna, y entre oropeles, boatos y cegadores brillos son educados para dirigir países o ejércitos Otros, la inmensa mayoría son humildes vasallos y servidores, pobres campesinos en páramos abandonados, nacidos como nuestro Señor Jesucristo en cobertizos, muladares o viviendas de baja condición y cuyo destino parece marcado por una línea de la cual es sumamente difícil , por no decir, imposible- sin alterar este orden contranatura imperante- hacer variar su rumbo.


Si los que son tantos ( los menesterosos, los afligidos, los pobres, el pueblo llano) ni siquiera intentan modificar su futuro, reescribiendo un destino que parece prefijado por invisibles e intangibles fuerzas que actúan sobre nosotros, a mí, una ambición sana, sabedor de mis posibilidades y un guiño favorable del azar me condujeron a Madrid en aquel lejano año de 1621, con el objeto de convertirme en pintor del Rey, de aquel joven monarca de prominente mandíbula, que se ha ido convirtiendo con el desgaste de los años en un ser taciturno y melancólico , doblegado por el peso inmenso de ser la cabeza de un imperio de tan vastas proporciones que engloba desde Portugal hasta las colonias americanas, la corona de Aragón, la mitad de Italia y el sur de los Países Bajos.


Algo, creo yo, desproporcionado para tan frágiles hombros, para un muchacho que sólo tenía seis años más que yo cuando llegue por vez primera a la Corte y que en realidad está cautivo en una jaula de oro que cada vez brilla menos. No, no me cambiaría por él. Si algo he querido ser en la vida, si a alguien he querido parecerme, ha sido al maestro Rubens, que reunía en su persona al hábil cortesano, al sibilino diplomático y al talentoso pintor. A pesar de trabajar con las manos- tarea innoble- para aristócratas y nobleza, mis ansias y mis expectativas de escalar en la pirámide social, se han visto colmadas y mis ambiciones de juventud, satisfechas.


Y por lo que respecta al aquí y al ahora, la Corte ya no me seduce como antes y experimento mayor gozo en ejercitar el don que el Cielo me ha otorgado que todas las vanas intrigas y asuntos de índole doméstico que afectan a palacio , y en el que todos, por unas razones u otras nos vemos envueltos en una madeja que no cesa de embrollarse y que requiere delicadas manos de cirujano y pulso firme para desanudar los imbricados hilos que los hombres atan aquí y allá en el devenir de los días, en un ejercicio continuo de intrigas y malabarismos cortesanos que sirven únicamente para que vivamos en un sempiterno estado de guerra, y en el que casi todos los dineros se gastan en pólvora, mientras la población es mermada por el hambre o el azote de la terrible peste, quedándose yermos los campos por la escasez de campesinos y las ciudades , comidas de mugre, con sus habitantes aseteados por múltiples impuestos, esquilmados más bien, no le queda a la gente sino ver pasar los días sin una esperanza, sin un futuro con el que ilusionarse.


Que más da entonces. No importa demasiado lo que hagamos. Por encima de nosotros pasará el viento inclemente del olvido y pocas tareas a las que ahora dedicamos tantos afanes y esfuerzos que restan la salud, no constarán ni aparecerán por ningún sitio, me temo. No obstante, a pesar de la inutilidad y la fatuidad de los quehaceres diarios en los que nos entretenemos y consumimos las horas, es obligación moral, al menos hacerlas bien, o lo que es lo mismo, hacer las cosas con razón y cabeza.


La tarde llega a su fin y oigo pasos presurosos. He de dejaros, estimado amigo, creo que la pequeña Maribárbola viene a visitarme, quizás para confiarme sus cuitas o simplemente a verme. Por lo demás, no toméis a mal mis palabras en lo que concierne a la situación del Reino. No nacen de una malsana intención. Son hijas de la tristeza y la melancolía con las que intimo largas temporadas. Respecto a mi secreto, a mi pasión largo tiempo oculta, pediros sólo la deferencia de que continúe así hasta mi muerte, Después dará lo mismo que se sepa o no.


Si Dios me da salud, todavía podré realizar algún que otro cuadro de una hermosa mujer en cuya mirada y en la delicadeza de las líneas de su cuerpo, halle la belleza y la verdad que este mundo corrompido por el hombre y su ambición, cubren bajo hipócritas ropajes, ignorando que nacemos y morimos desnudos. Sí, amigo, la belleza y la verdad que trascienden lo efímero de nuestras vidas. Ese sueño volátil que me anima cada día, la copa inalcanzable que sacie mi sed.






Vuestro amigo que lo es


Don Diego Rodríguez de Silva y Velázquez


Pintor