EN EL DIQUE SECO
CASIANO LÓPEZ PACHECO
Y a veces
sucede que el duende de la inspiración se queda dormido, que las musas no
acuden a mi llamada y no se me ocurre nada que escribir. Lo mismo que hace un
año, las mariposas de la creación se desvanecieron y no me viene ninguna idea
para pintar.
Resulta
paradójico pero tengo la cabeza en continua ebullición a pesar de que no llegue
a materializar nada. Con un millar de ideas que bien podrían ser plasmadas en
un lienzo en blanco que en un papel impoluto. Sin embargo, no sucede el
milagro.
En la
habitación, los objetos descansan quietos. Los pinceles dormitan en los
estantes, junto a los libros cerrados. También, las tablas esperan una mano de
imprimación antes de empezar el ritual.
Me gustaría
retomar la disciplina del arte con la ilusión y el ímpetu de otros tiempos,
cuando llegaba al estudio y me quería comer el mundo. Ahora estoy detenido, en
el dique seco. Agazapado, inquieto, alerta.
Sé que este
paréntesis no ha de durar mucho. Que pronto brillará la primera idea que
desplazará a las demás y que logrará abrir la brecha por la que se desbordará
toda la experiencia y los sentimientos acumulados.
Así
comenzará otro período. De lo viejo surgirá lo nuevo. Los ojos que ahora sólo
miran, podrán al fin, ver. Y las manos, que parecían amarradas se moverán con
absoluta libertad y destreza recuperando las habilidades dormidas.
Es como un
cuerpo sonámbulo al que nadie acaricia. Bastará con el primer roce de un cuerpo
distinto, de unos labios ávidos, de unos ojos que brillan, de un corazón que
lata por ti para que el milagro se produzca y la magia y el deseo resurjan,
multiplicados por mil, por cien mil acaso.
Muerta la
rutina, renace la ilusión. De las cenizas se eleva un fénix deslumbrante que se
alza, esplendoroso en lo más alto. Similar al amor, que sobre los despojos que
el descuido, el desaliento, las traiciones y el desinterés han creado en el
devenir de los días, lleva, no obstante, y sin saberlo, sembrado la semilla del relevo.
De un nuevo
amor que suavizará las esquirlas hirientes del primero, igual que el mar va
puliendo lentamente las piedrecillas, las conchas y los cristales. Como una ola
que borra en la orilla los nombres encerrados en un corazón de arena y los
arrastra mar adentro, para poder escribir cuando el momento sea propicio, el
nombre inesperado que cubrirá el vacío, que dará un sentido a lo que ha de
venir.