miércoles, 18 de noviembre de 2009

UN MUNDO ROMÁNTICO


UN MUNDO ROMÁNTICO


Qué distintas las callejas y paisajes de aquel Ubrique pintados con esmero y pulcritud por Juan Carrasco León- verdaderos remansos de paz y calma sin estrépito- en comparación con el vértigo y frenesí del Ubrique actual, con sus coches, sus antenas y sus zanjas por doquier.

Si alguna vez este pueblo blanco de la sierra de Cádiz se aproximó a una visión cercana a lo que uno concibe como un paraíso terrenal, debe andar por las fechas por las que Juan Carrasco busca la belleza virgen de las calles de Ubrique y de otros pueblos singulares, para dejarlos plasmados en su obra primigenia y en la posterior evolución escalonada que atestiguan sus cuadros.

Qué delicia, guiado por el corazón y sus impulsos y apoyado en la razón y sus pinceles, el sentir la luz- milagro indiscutible- que resalta la blancura inmaculada de esos rincones a los que ahora reencontramos y a los que el paso de los años y la acción del hombre inconsciente han hecho perder parte de su encanto.

Reflejar sobre el lienzo o la tabla esos espacios en los que el hombre aún encaja en su verdadera medida y no aparece fuera de cacho ni de lugar. Lo que Juan Carrasco tantea –autodidacta al principio- es la búsqueda de una belleza definitiva que se muestra evidente ante los ojos de los que saben mirar apercibiéndose de lo que subyace debajo y que poseedores del oficio y del don pueden traducirla expresivamente por medio de trazos, pinceladas y colores sabiamente dispuestos.

Y así es como aparecen en esta magnífica exposición que se nos muestra en la Ermita de San Juan de Letrán, compuesta por 23 cuadros en los que predominan los paisajes y las calles de Ubrique, junto a algunos meritorios estudios de obras de Murillo y Sorolla, amén de otros géneros como el bodegón sin desdeñar su faceta como repujador y artesano, de la que también se exhibe un sobrado y valioso testimonio.

Destacan de todas las obras expuestas en esta novísima Sala – con ser significativas- una en particular que muestra una calle del pueblo realizada siguiendo el estilo y la técnica del que fue verdadera piedra angular de la que deriva una rama de la escuela paisajística ubriqueña si puede permitirse dicha licencia.

Nos referimos a Pedro de Matheu, amigo personal de Paco Peña y de Juan Carrasco, al que sus continuas estancias en Ubrique –en busca de esa luz a la que hecho referencia en tantas ocasiones- marcó el quehacer pictórico de ambos, dejándole una huella indeleble que se rastrea con facilidad en artistas posteriores generacionalmente, que tampoco pudieron sustraerse a la maestría y el buen hacer de ese compatriota de origen salvadoreño, corazón hispano, sólida cultura y exquisita formación francesa.

Matheu bajó al Sur buscando el grial de su luz y recaló en Ubrique donde sembró una semilla vital que dio sus frutos en artistas como Juan Carrasco y cuyas obras, sencillas, sinceras, delicadas, luminosas y realistas son el pasaporte a un tiempo y a una edad del oro que se marchó definitivamente. A un Ubrique romántico y nostálgico, poblado de rincones mágicos y cautivadores, cuya esencia quedó atrapada para siempre en estas obras por las que el amigo Juan guió su mano después de que sus ojos y su corazón desentrañaran el misterio insondable que todos los artistas persiguen, frágil como una voluta de humo, inalcanzable como los sueños.

A Juan Carrasco y a su familia, felicidades y gracias.

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