viernes, 19 de marzo de 2010

EN EL NOMBRE DEL PADRE



Hoy , 19 de marzo se celebra algo más profundo que una efemérides comercial a propósito del día de San José, que lo pretende en el fondo es incitar a la gente a que consuma y se gaste el dinero que tanto escasea, en regalos y presentes. No, el Día del Padre, igual que el de la Madre implica una serie de connotaciones emocionales y afectivas que desbordan el estrecho límite de un solo día , por lo que debían celebrarse a lo largo de todo el año, y lo que es más, a lo largo de toda la vida.


Sí, porque el amor de una madre es el amor absoluto, sin contemplaciones, el que no pide nada a cambio. La entrega total y definitiva a la causa de los hijos. Un amor que no tiene diques ni compuertas que lo detenga y que se prolonga en el tiempo manteniendo la química de un sentimiento puro y limpio , complicado de explicar con palabras, pero muy fácil de comprobar con los hechos y con los gestos.

El amor del padre, la figura y el referente paterno, con ser también importante e imprescindible, no llega, quizás por un convencionalismo generalmente aceptado por el conjunto de la sociedad,  al simbolismo de lo que encarna la idea que tenemos de lo que es el amor de  una madre, quedándonos con la simplificación de que ambos no son lo mismo y que como una madre no hay nada.

Y es posible que así sea. Pero tampoco puede dudarse de los padres y de la calidad de su amor. Lo cierto es que ahí están, junto a los hijos, dando lo mejor de sí mismos para proporcionarles una buena crianza, la estabilidad emocional que necesitan en cada etapa de su educación, facilitándoles las herramientas adecuadas para llegar a buen puerto, inculcándoles los valores y los contenidos que les hagan madurar y ser buenas personas.

Están ahí, da igual la edad que tengan sus hijos, para lo que sea y en cualquier circunstancia. Si ellos pueden arreglarlo, lo solucionarán, no cabe duda. Su amor también es incondicional y fiel y no desean salvo lo mejor para los suyos. Los padres, como las madres, son vitales y no puede concebirse el proyecto común de los hijos sin el contrapeso de ambas partes.

Ninguno puede sustituir al otro en su función, o suplantar o conjugar el rol de padre y madre a la vez en la misma persona. Como poder, todo es posible, pero no es lo mismo. Por eso, en una sociedad cada vez más desestructurada y con menos valores, con una educación que roza el desastre y otras calamidades que no nombraremos para no deprimirnos, es justo reconocer la labor callada y la entrega abnegada de tantos padres y madres que al pie del cañón aguantan lo indecible, superando adversidades y contratiempos, cuando no penalidades, con tal de sacar adelante la prole, sin querer otro premio que una sonrisa, un abrazo, un beso o un gesto de cariño de sus hijos.

Desde aquí felicito a todos los que sienten padres, y en particular a los míos.

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