miércoles, 10 de marzo de 2010

CUADERNO DE APUNTES-5 J.ANTONIO MARTEL


Si magnifica fue la recientemente clausurada exposición de una de las figuras señeras del mundo de la pintura de Ubrique, Antonio R. Agüera no lo es menos la que acaba de abrir sus puertas el viernes pasado, con la obra inconfundible de J.A.Martel (1965) que ahora cuelga de las paredes de la remozada ermita de San Juan de Letrán, que con el tiempo terminará por convertirse en un verdadero santuario de la cultura ubriqueña, a juzgar por el nivel de calidad de las muestras que han pasado por sus salas desde su apertura reciente.


Y lo que un maduro Martel nos trae en su zurrón no tiene desperdicio en el sentido más general del término, y dado que no se prodiga demasiado a la hora de exponer sus obras, con el previsible efecto del boca a boca es seguro de la favorable repercusión que tendrá en un público que se acercará curioso a contemplarla en cuanto tenga ocasión.



No sé si me equivoco, pero la última gran retrospectiva a la que asistí de nuestro pintor fue en el Salón de Actos de la Escuela Redonda, el mismo espacio donde los añorados Amigos del Arte montaban los Concurso Infantil, Juvenil, Local y Regional de Pintura con motivo de la Feria y Fiestas, y de cuya cantera , entre muchos, salió el joven Martel con una clara vocación definida. De aquella colección de cuadros expuestos conservo un agradable recuerdo porque a J.Antonio ya se le veía venir, visto el talento, los recursos técnicos y la capacidad creativa de lo allí visto.

Ahora, 15 o 20 años después se confirma aquella corazonada al disfrutar de esta impecable selección que el pintor ha extraído de los fondos de su casa-estudio-museo en la vecina localidad de Benaocaz. Y aquí es donde radica el meollo de la cuestión. Si cada pintor, ante la tesitura de escoger un camino, se lo piensa cautelosamente a la hora de decantarse por un estilo y marcar su propio sello, J.Antonio eligió con acierto el suyo, y ratificado en su línea ascendente ha venido creando o pariendo un tipo de pintura que en los tiempos modernos que corren parece fuera de lugar por la temática y el tratamiento empleado , un tanto desubicada entre tantos experimentos deslavazados y vacuos que pretender adelantar las manecillas del tiempo buscando originalidad y provocación, cuando solamente dejan detrás confusión y dudas .



Pero los hechos son obstinados y concluyentes. Es en ese tiempo que Martel capta con rigurosa minuciosidad y esmero, en esos paisajes cercanos de su entorno de Ubrique y de la Sierra, o en sus destacados retratos en los que la esencia del personaje queda presa bajo las texturas de sus pinceladas, o en otros y diferentes temas de su precisa cosmogonía donde triunfa la verdadera pintura que no necesita adornarse con presuntuosas vitolas de modernidad y falsa vanguardia, que se quedan en simples y vacilantes balbuceos que se desmoronan y caen como castillos de arena que la marea socava, cuando se enfrentan a frases y discursos perfectamente estructurados como los que la pintura de Martel nos muestra.

Una pintura de corte realista, con empastes pronunciados que se ajustan como anillo al dedo al dibujo que subyace debajo. Una figuración que se recrea en los temas que al artista le motivan, los paisajes del entorno, el retrato de los personajes , amigos y familiares o el mundo que evoca la infancia perdida.



Con eso le basta para calmar la inquietud y la desazón que le corroe al ponerse frente al lienzo en blanco y deshacer el sortilegio peligroso de la superficie sin hollar que pide a gritos ser manchada. J. Antonio sabe que tras ese velo inmaculado, el mundo cercano que él persigue encierra en círculos concéntricos el resto de los mundos posibles e inabarcables, y que igual que una ciudad encierra todas las ciudades, en un cuadro de Martel se esconde resumida la gran pintura que la mayoría de los pintores anhelamos. La que es de verdad porque al mirarla trasciende y se adivina el rastro de los múltiples viajes interiores que llevaron al pintor a ese lugar y no precisamente a otro distinto.

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