martes, 11 de mayo de 2010

LOS OTROS

Nos visitan desde hace la tira de años. Más que años, milenios, posiblemente. Incluso puede que convivan camuflados entre nosotros y hayan asistido sin intervenir a la desaparición de los dinosaurios,  la erupción del Vesubio, el asesinato de Julio César, la crucifixión de Jesucristo,  la conquista de Jerusalem,  la caída del reino de Granada, el esplendor de las catedrales ,  la escabechina de la Guerra Civil española o el genocidio de los judíos a manos de los nazis. Que hayan disfrutado “ in situ” con el genio de Miguel Ángel pintando los muros de la Capilla Sixtina,  que inspiraran a Dante los versos de su Divina Comedia; a Picasso, su Guernica,  que alentaran divinamente con un soplo las diabluras de Messi con el balón o alentasen las fatales improvisaciones de los políticos mediocres con la economía mundial , la española en particular.



Siempre han estado ahí fuera, junto a la extraña especie de la que formamos parte. Sobrevolando en silencio las megalópolis de Ciudad de México, Nueva York o Pekín. Desplazando veloces las sombras de sus naves sobre las ardientes arenas del desierto de Gobi, los manglares del Amazonas, la estribaciones de la sierra de Ubrique. Nos visitan como quien va al supermercado a comprar el periódico , el pan o la litrona a la tienda de la esquina.


Aún no se han decidido a colonizarnos, forzando un encuentro que cambiaría radicalmente el signo de la historia. Pero un día lo harán. Lo que nos falta para irnos preparando es conocer su aspecto. Si son bellos o vomitivos; verdes o anaranjados; altos o bajos; opacos o transparentes. Si les gustamos o nos aborrecen; si les inspiramos simpatía , pena o indiferencia. Si acaso tienen un ojo en la frente como los cíclopes, piel viscosa o suave, van dotadas de provocadores y oscilantes pechos como las hembras humanas o son lisos como una tabla.


No es descabellado pensar que ya viven entre y con nosotros. Puede que usted, amable lector de incierto sexo, sea uno de ellos, metamorfoseado en un perfecto espécimen humano, capaz de sentir, reír, llorar, de despotricar contra el gobierno de turno o de cagarse en su banco, jarra de cerveza en mano, como cualquier hijo de vecino, imposible de desenmascarar bajo un excelente calco de piel humana.

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