viernes, 16 de abril de 2010

UNA NUBE DE CENIZAS


Los hombres no se detienen nunca en su frenética carrera. Como hormigas atareadas pueden dedicar su tiempo finito a especular para amasar dinero a carretadas, organizar y planificar conflictos bélicos, olvidarse de la pobreza extrema de los desheredados, planear atentados terroristas en cualquier lugar del planeta, o incluso hacer el bien, ayudando a los que padecen miserias, persecución o enfermedades, sin mirarse el bolsillo. Frente a las desigualdades crecientes, imposibles de frenar, siempre resiste un puñado de justos y hombres de bien que creen a pies juntillas que otro mundo es posible.


Es la polivalencia del ser humano en su infinita complejidad. Dotados para una cosa o para la otra, las bandas en litigio se perfilan y actúan desde que el mundo es mundo. Y el mundo, la tierra sigue a la suyo. Ni un día detiene su movimiento continuo. A la frecuente sucesión de terremotos con elevada mortandad que hemos venido contemplando aturdidos e inquietos, le faltaba el detalle de la erupción del volcán islandés, que con sus nubes de ceniza han paralizado la actividad de numerosos aeropuertos en los que se han suspendido miles de vuelos. A la tierra le basta un estornudo para que se cimbreen los cimientos donde apoyamos nuestro frágil ser y acumulamos los enseres que nos gusta tanto comprar y que en un segundo se van al garete.

Una fumarola parecida a la que un 24 de agosto del año 79 a.c sepultó las ciudades de Pompeya y Herculano , bajo una nube de lava y ceniza que salió incontrolada del Vesubio. Los sentimientos y las necesidades de aquellas personas no difieren en nada de las nuestras: amor, sexo, hambre y frío por citar algunas y todas las que faltan para completar el perfil humano no han variado con el tiempo. A la tierra le sucede algo parecido. Lo bueno de la enseñanza es que nos recuerda lo poquita cosa que somos de vez en cuando para que no nos sintamos superiores al resto de los seres vivos que comparten casa con nosotros .

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