martes, 27 de abril de 2010

SOBRE FERNANDO


Fernando Oliva es un mago de la imagen, aparte de un maestro si él quisiera reconocer dicho calificativo, cosa que no hará, conociéndolo a fondo. Lo es , sobre todo, porque no mira por el visor ni tampoco con los ojos. Su órgano de visión es su mente poderosa, preñada de ideas interminables, tan bien pertrechada para el arte efímero de la fotografía, capaz de transformar el motivo más nimio en una atractiva y magnética obra de arte.


Porque su cerebro, del que sus ojos son extensiones, no para de bullir un momento y de su efervescencia nacen estas obras singulares que el artista- en un calculado retiro que lo ha apartado voluntariamente de su fiel público- , ha demorado tanto en acercarnos a nuestra ávida mirada que supone un error y a la vez una decisión imperdonable haber dejado transcurrir tantos días privándonos de su contemplación, pero que con benevolencia y espíritu cristiano le dejamos pasar por esta vez.

En ese tiempo, Fernando ha seguido cultivando uno de los dones con lo que los dioses le obsequiaron la primera vez que abrió los ojos cuando vino a ingresar a las filas de este mundo rematadamente imperfecto que requiere elevadas dosis de belleza para contrarrestar tanta fealdad y tanta falla inmoral con la que nos desayunamos cada día.

Él recibió el prodigio-son pocos los afortunados- de captar lo invisible en lo visible, la magia y el misterio que como un latido vive oculta en la realidad, la esencia eterna que convierte lo fugaz y transitorio en imperecedero. Por eso es un mago que no se detiene en la superficie sino que se sumerge en el fondo de las cosas. Esta colección con que nos regala los sentidos y que cuelga de las paredes gastadas de los Antiguos Sindicatos es una indagación sobre la esencia del tiempo y los mitos, con una evocación particular a los orígenes griegos de los que nacen los cimientos de la cultura occidental. Fotos de gran formato, luminosas o crepusculares, en las que sobran los motivos- impactante la joven del metro o la barca semi- hundida, perfecta metáfora de lo que llegaremos a ser, y muestra inequívoca de que lo que Fernando atrapa en su crisol permanece para siempre ajeno al devenir de las manecillas del tiempo. Es el deseo sublime de un alquimista moderno, de un loco de la belleza, de un cazador de mariposas que se desvanecen al tocarlas, pero que nos dejan en las manos el fino polvillo de los sueños intangibles, visibles en lo que dura un parpadeo antes  de que se hagan humo, razón más que suficiente para seguir en la búsqueda, para no perder la esperanza, para no sucumbir a la desazón y la melancolía que nos acechan.

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