jueves, 3 de junio de 2010

OLA DE CALÓ


Una ola de caló subsahariano devasta España. Una manta de tergal del grosor de la cámara acorazada de un banco o una caja de ahorros que ansía fusionarse en frío mejor que en caliente se ha dejado caer sobre pueblos y ciudades, disparando las alarmas, impidiendo el sueño nocturno y provocando lipotimias, desmayos y sofocos en la población de riesgo. Y eso es justamente lo que pende por encima de nuestras cabezas coronadas : lenguas de fuego.



Una caló desmesurada, propiamente como la del mismo Infierno, si existe. Inapropiada para estas fechas en su tormento acojonante, porque si ahora cae estilo lanzallamas y a discreción desde el azul del cielo, que será lo que nos espera más adelante, virgencita. Una caló que derrite el tocino, adhiere los sujetadores de forma pegajosa a las pechugas cautivas y sudorosas, calienta las cervezas en las terrazas veraniegas y deja que un hilillo de sudor liviano se pasee indolente desde la columna vertebral hasta la rabadilla del culo, igual que un río que desemboca en la mar.


Un fogonazo de fuego que derrite las seseras, enerva los ánimos e incita al delirio, la promiscuidad, al descanso continuado y a la desnudez.

Fotografía de Francisco Jimenez @

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