lunes, 21 de diciembre de 2009

EL PROFETA



El Profeta, mitad divino, mitad humano, impecablemente vestido con una túnica blanca y sin mácula, elevado sobre un promontorio de verdes hierbas, habló a la multitud allí congregada de esta forma:


Oídme bien:

La tierra no pertenece a nadie, salvo al viento.

- Un murmullo de creciente interés se extendió entre el gentío que no cesaba de aumentar-

Luego dijo:

- Los denarios, o los dineros, no pertenecen a nadie, salvo a los mismos de siempre, los banqueros y los potentados.

- Los parados no me pertenecen a mí, sino a los empresarios sin sentimientos e irresponsables que los despiden.

- El futuro de España o lo que va quedando de ella, no pertenece a los españoles, sino a las minorías nacionalistas que mercadean óbolos por favores.

- Decidir sobre si pueden abortar o no las niñas no incumbe a nadie, salvo a las propias niñas.

- Crear empleo no es una tarea que me quite el sueño. Eso corresponde más bien a alguien que está por encima de mí.

- El fracaso de la conferencia de las Autonomías no puede ser achacado a mí, sino al PP, que bloquea todo lo que puede y más.

- Si se llegan a prohibir los toros en Cataluña no es asunto mío, sino decisión de ellos, los soberanistas.

- El fracaso de la cumbre del clima no me compete. Yo hice lo que pude y medié ante Obama, mas no pudo ser. Con los chinos tampoco, solo me quieren para montar tiendas en el suelo patrio.

- Si no os tocó la Lotería el día 22, yo no amañé los bombos. El azar es como el viento.

- Si los diputados no acuden a las sesiones al Congreso, yo me lavo las manos. Debe ser por el inconveniente del horario.

Para acabar, alejaos de las tentaciones livianas. Del placer carnal y la lascivia, de la gula, el anís y los polvorones. De cualquier vicio, alejaos, que la mano del diablo se esconde detrás. Manteneos limpios y puros, que el fin está cercano.

Y así , peroró y peroró hasta que la noche se hizo cerrada y los grupos comenzaron a disolverse al ver que no había nada que yantar. Ni un remoto parecido al milagro de unos panes y unos peces que cuentan por ahí… De todas formas se marchaban satisfechos de haber podido ver al ungido, al elegido del populacho, al bien amado. Sus palabras tampoco le pertenecían ya a él. Ahora eran del viento.




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