viernes, 18 de diciembre de 2009

AUSENCIAS


Tres días después de su fusilamiento, el cuerpo de Federico fue exhumado de la fosa donde había sido enterrado junto a los banderilleros Joaquin Arcollas y Paco Galadí, el inspector Fermín Roldán, el restaurador Miguel Cobo y el maestro de escuela, Díoscoro Galindo, para ser trasladado, por orden expresa de una autoridad influyente, a otro lugar secreto donde fue depositado para su forzado descanso eterno, con la idea de acallar voces.


Al igual que ocurrió con Jesús de Nazaret, cuando fueron a buscarlo al lugar de su enterramiento, ya no estaba allí, la piedra había sido rodada y el sepulcro, vacío.

En la fosa de Alfacar donde ha concluido sin frutos la tarea de buscar los restos de los demás asesinados- que no los del poeta, no han aparecido , increíblemente- los huesos de ninguna de las víctimas, como si en aquel paraje maldito no se hubieran cometido los brutales crímenes por todos conocidos la madrugada del 19 de agosto de 1936 y lo sucedido entonces hubiese sido un mal sueño.

Sin embargo, en aquella zona o por los alrededores, sucedió la tragedia y si se aguza suficientemente el oído- los años transcurridos no son un inconveniente- no resulta difícil percibir el eco de la fatal descarga que quebró el silencio de la madrugada, rayando el alba la primera luz desvaída del día, como un sudario lechoso que amortajara a los muertos aún calientes.

Una ráfaga de balas asesinas, una metralla insonme, que viene repitiendo su fatal carga hasta hoy , impactando una y otra vez sobre los cuerpos asustados y frágiles de los inocentes sin culpa. Puede oírse el golpe sonoro y pesado de la caída en tierra ,como sacos inertes, de los cuerpos masacrados levantando el polvo seco de la tierra áspera y sedienta, que solo recibe sangre torrencial que se desparrama en brillantes y espesos arroyuelos.

Después son arrojados a una zanja a poca profundidad, desvalijados y enterrados rápidamente. Lo que vino a continuación fue así: Queipo de Llano solo quiso darle un susto al poeta para que este denunciara a su maestro Fernando de los Ríos por escrito. El Judas de esta historia, Ramón Ruiz Alonso tramitó la denuncia pero no tuvo nada que ver con su muerte, afirman fuentes cercanas. Después, el mayor de los Rosales fue quien lo entregó. Del piquete de fascistas que perpetraron las ejecuciones no queda nadie. Cuando llegó a oídos de Franco la noticia, éste se enfadó ostensiblemente con el desenlace y dio órdenes. El Gobernador Valdés fue cesado fulminantemente. A Ian Gibson, el biógrafo, le mintieron sin contemplaciones sobre la posible ubicación de la fosa, igual que a Penón, su predecesor en las indagaciones.

Demasiados interrogantes abiertos que se van cerrando o abriendo, según se mire, el círculo de las hipótesis . Como se ha comprobado tras mes y medio de búsqueda, en el barranco de Víznar no apareció nada porque nunca hubo nada en estos 73 años.

Quizás el padre de Federico buscó a un nuevo José de Arimatea y logró sacar el cuerpo de su hijo días después, con la complicidad o el silencio comprado de los implicados. Puede que esa sea la razón por la que la familia del poeta no quería que se le buscara allí. Sea como sea, Federico descansa en un lugar anónimo- en una tumba sin lápida , como su verdugo Ruiz Alonso, en una extraña coincidencia macabra- donde algunas noches se oye la triste melodía de un piano huérfano y lejano, cuyas teclas se mueven solas en la noche fría e infinita, dejando en el aire una estela de notas suspendidas que flotan sobre los tejados de Granada, que guarda celosamente un turbión de secretos inconfesables tras los muros de sus casas sobre aquella noche maldita en que la sangre de Federico regó la tierra agostada.


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