miércoles, 17 de noviembre de 2010

EN EL RECUERDO


Hoy es un día triste, melancólico, sin horizontes. El cielo es mortecinamente gris, deslavazado, blanquecino, de aspecto lechoso. Llueve insistentemente, persistentemente, sin dar tregua ni descanso. Exactamente como las lágrimas que fluyen despidiendo a N, que tras una larga enfermedad al fin ha podido alcanzar la paz. Con ella se van algunos retazos de los días de mi infancia, encarnados en la figura amable de esa vecina cordial y cariñosa que parecía ser de la familia por su forma de comportarse y cuya puerta recuerdo abierta de par en par en un tiempo que parece ya remoto, tan alejado que se torna irreal a trazos gruesos.



Da igual. Allí brilla el sol y el verano nunca se acaba. El cielo es azul y yo soy un niño feliz que corretea entre las huertas, siguiendo el rumor de los arroyos o el vuelo de las mariposas y que disfruta junto a sus amigos de las largas tardes de estío y del manjar que la vida les ofrece. Allí, ahora y siempre permanece N, sonriendo, joven y lozana, entretenida en sus tareas o como alguna vez, llamando a sus hijos a merendar. Es entonces cuando me ve al pasar, veloz y a la fuga y me saluda llamándome por mi nombre, dedicándome su atención un instante.


Por eso, no bastan todos los cielos del mundo derramándose en aguaceros para resarcirnos de tu perdida. Quedas en nuestra memoria, fluyes en nuestro recuerdo por más que ahora seas un puñado de ceniza. En el río de lo vivido navegas sonriente porque uno no se muere nunca por más que te golpeen las horas. Aquí el tiempo no es más que una palabra vacía, una cáscara hueca.

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