In
memoriam
El Álferez Robles Alés se había
levantado con barba de tres días y los cojones hinchados. La vida en el Cortijo
del Marrufo- a pesar de ser una finca preciosa, repleta de alcornocales y casi
paradísiaca por el entorno- no le estaba resultando agradable, allí, perdidos
en una ladera que lindaba entre Cádiz y Málaga. Quizás porque comenzaba un
nuevo otoño que presentía incierto y agitado. A lo mejor, porque consideraba
que no correspondía a sus galones de militar cuajado.
Mientras se frotaba la barbilla con la
que se podía encender un pitillo recordaba ensimismado entre las volutas de
humo de su cigarro recién encendido, que no había recalado a su posición actual
porque nadie le hubiera regalado nada. El día menos pensado ascendería a
teniente. Cualquiera no estaba capacitado para haber demostrado el cupo de valor, las dotes castrenses y la
absoluta falta de escrúpulos que él no tuvo dudas en cumplir en la sangrienta
toma de Algatocín, en la Barriada de la Estación o su participación en la toma
de Casares donde dejaron tras de sí esparcidos por el suelo una cantidad de
muertos espeluznantes.
Por eso, la misión de apoderarse del Marrufo, el último énclave de los republicanos
en la provincia- los putos demonios rojos- constituyó un honor y una empresa
digna de su persona. Apoyado por sus falangistas y tres columnas más venidas de
otros puntos cercanos- y contando con la ayuda inestimable de la aviación- por fin
y no sin dificultades se hicieron con aquella zona- donde aproximadamente
calculaban podrían haberse refugiado entre mil y dos mil personas, vecinos de
los pueblos colindantes que habían buscado aquel paraje huyendo del avance de
las tropas sublevadas, creyendo que estarían seguros por un tiempo- al menos el
suficiente para poder organizarse y plantar batalla aprovechando la orografía
del terreno, ideal para asaltos y escaramuzas por sorpresa.
Así que cuando asumió el mando del
lugar- hermoso y tranquilo hasta entonces- la primera idea que se le vino a su
retorcida cabeza fue transformar ese campo deslumbrante y hermoso en un
infierno, en un coto vallado y cerrado donde podría explayarse a gusto con sus
prisioneros, con sus conejillos de indias. Y la verdad es que milicianos de la
legítima rojigualda quedaban pocos .
Lo que sobraban eran mujeres, niños y
ancianos. Un paseo- se dijo- apurando una calada. Exterminarlos poco a poco- 4
o 5 diarios- en un lento goteo hasta que no quedase ninguno y como mucho, a ese
ritmo, en un plazo de 3 meses a lo sumo, abandonaría aquel lugar dejándolo en
manos del ejército traidor y lo mejor, dejando su nombre como sinónimo de
terror y miedo.
Pero no todo iba a ser un camino de
rosas por muy planificado que estuviera la estrategia. Con un café en la mano
no podía impedir el repentino temblor de su mentón. En lo que dura un segundo
se sobresaltó al recordar – unos gritos agudos le sacaron de sus pensamientos,
sus hombres estarían torturando seguro a algunas mujeres ahora mismo- la mirada
de odio que destilaban los ojos de aquella muchacha a la que había vejado
salvajemente el día anterior. No tendría ni 24 años, y además su madre estuvo presente.
Cuando la despojó de un zarpazo de su
mugrienta camisola igual que una fiera salvaje y le dejó los pechos al
descubierto, ella quiso comérselo de un bocado, pero le resultó imposible
porque estaba atada. El coronel- muy macho- la abofeteó con saña mientras la sangre
comenzaba a manarle por los labios reventados. Después la desnudó completamente
entre las risotadas de sus hombres desdentados, golpeándole una y otra vez sin
tregua para que le dijera el paradero de su padre y hermano. Pero María no
soltaba prenda.
Antes de perder la conciencia y él la
paciencia- la muy cerda marxista- tuvo tiempo de lanzarle un tremendo
escupitajo a la cara, maldiciendo entre balbuceos y esputos su nombre y el toda
sus casta, jurándole que algún día también sería pasto de los gusanos, con
suerte aquel mismo otoño que ya despuntaba, ojalá.
La vena del cuello de José Robles Alés
estaba a punto de estallar por la tensión a la que estaba sometido por lo que a
punto de desenfundar su pistola para dar punto y final a tamaño atropello
cuando, se detuvo, iluminado y cayó – como Pablo camino de Damasco- en que no
podía perpetrar por su mano un crímen en el interior de una capilla.
-
Acabad con ella, ordenó
furibundo a sus hombres, perros de presa babeantes y lujuriosos y después
pegadle un tiro en la frente.
Sí, tuvo cojones aquella chiquilla-
maldita sea mi estampa, se reconcomio por dentro, farfullando una y otra vez-
depositando con cuidado la taza sobre el mantel manchado de la mesa. Por la
ventana se veía que el día amanecía lluvioso, gris y plomizo. Igual que su
corazón ajado, del color del plomo. El mismo plomo con que obsequiaba a sus
inocentes víctimas.
De repente, la lluvia.
2 comentarios:
No tengo nada en contra de la entrada y la literatura que se quiera hacer al respecto de los hechos históricos tampoco me desagrada (tampoco creo que fuera muy diferente a como lo cuentas). Fanático lector de Pérez-Reverte, sería un cínico si dijese lo contrario.
Pero sinceramente la imagen elegida está fatalmente escogida, cuanto más para los de nuestra generación (los 80) que entendemos bien el inglés y podemos ver estos hechos históricos con pocos prejuicios y desde la distancia. Al margen de lo que pueda decir cualquier traductor, una traducción bastante acertada de lo que aparece en la imagen sería algo así como "Hola, soy la muerte. Sí, soy guay".
Parece estar en total desacuerdo con los hechos. Nada más que añadir.
Me parece bien el comentario. Rectifico la imagen.
Gracias.
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