Cuando yo veía “ Los payasos de la tele”, allá por 1973
y casi hasta bien entrado el 83, los inviernos en Ubrique eran rigurosos,
prolongados y lluviosos- podía llover un mes o dos sin escampar-y en los
veranos, la otra cara de la moneda, el calor- la caló - llegaba a ser
insufrible por lo que a la chiquillería no le quedaba otro remedio que buscar
las refrescantes sombras de los portales huyendo del latigazo del sol
inclemente. Sin contar la obligada siesta de la tarde por imperativo maternal,
tras las comidas, remojadas con casera blanca y el postre.
Tendría yo 8 o 10 años y ya me sentaba, poco
diligente, para disfrutar, junto con mis hermanos pequeños de una TV, que miren
Uds, sólo tenía dos canales y además ,para más inri, carente de color, o sea ,
en B/N y que como un tótem sagrado presídia el salón- comedor. Convocados por
el poder del cacharro y sus ondas catódicas esperábamos expectantes e
ilusionados, el comienzo del programa protagonizado por Gaby, Fofó y Miliki – el trío de payasos más grande que haya pasado
por la pequeña pantalla- en la densa historia de la misma.
Y la primera sonrisa se dibujaba, tempranera al oir
de labios de los clowns el tan famoso: ¿ cómo están Ustedes . ¡ Bieeeennnn ¡, respondíamos al unísono
estruendosamente la pequeña tribu de los López, contentos como vikingos tras un
botín. Después se sucedían las canciones de marras: Hola don Pepito, Susanita tiene un ratón, La gallina Turuleta, Mi barba
tiene tres pelos o Feliz en tu día. Son tantos los recuerdos asociados a
estas letras infantiles que la piel se pone de gallina al evocarlas. Luego, nos
reíamos a calzón quitado en cada golpe de humor y las escenitas y los diálogos
casi surrealistas entre los 3 payasos televisivos, mitad serios, mitad
gamberros o bromistas, nos hacían revolcarnos por el suelo.
De los tres personajes, a Miliki le correspondía el
papel de destrozón y liante. Quizás por eso, despertaba más ternura y simpatía
que sus dos adláteres y compinches. Miliki nos parecía tan cercano que a veces
nos preguntábamos si no sería uno más de la familia. La verdad es que estaba
dentro de nuestro corazón y muy distante de los valores que la sociedad consumista nos ha
impuesto hoy por hoy.
Para empezar, ni mis hermanos ni yo teníamos móvil (
no existían ) y ni siquiera fijo por
entonces. La leche con la que desayunábamos nos la traía un hombre del campo,
de cerrada barba, a casa diariamente y mi trabajadora madre la cocía en un
ritual cotidiano para eliminar los gérmenes. Merendábamos pan con aceite o
mantequilla y no descubrimos el misterio de la tele en color hasta bien
mayorcitos.- yo, concretamente hasta que el bueno de mi tío Antonio regaló una
a mi abuela María- y cada vez que iba a visitarla y la veía allí, me moría de envidia por tener una.
Y sí, la tuvimos, después de insistir pertinazmente
durante una temporada , mi padre desistió en la porfía y la compró al poco
tiempo. Tampoco teníamos consolas, psps ni demás artilugios modernos de este
siglo. Las calles, los descampados y las huertas fueron el escenario de
nuestras andanzas y juegos, y nos sobraba y nos bastaba con ello. Jugar al escondite,
al marro, a las perlas y muchos pasatiempos más cuyo nombre no recuerdo ya, desde
que terminábamos los deberes hasta que sentíamos las voces de nuestra madre
tocando a recogerse, no fuera que apareciera el hombre del saco. Así , hasta
que el sol se ponía sobre la escarpada e impresionante sierra del pueblo. Con
los amigos de siempre, los que se forjan en la infancia a base de mocos , arañazos,
lágrimas , peleas y abrazos, cumpleaños,
fiestas y disgustos.
No queríamos nada. Con esas pequeñas cosas la felicidad
nos regalaba instantes inolvidables y sublimes. Un balón, una espada de palo o
un hierro de la fragua de los Vilches para jugar en el barro. Tan diferente
comparado con ahora, que mi hijo Casiano, a punto de cumplir 11 años, fliparía
en colores al ver la forma con la que nos divertíamos y casi sin darnos cuenta,
como el que no quiere la cosa, pasamos en un suspiro, de niños inocentes a
adolescentes huraños e imprevisibles,
chavalotes que crecían rápido y se convertían en adultos sin remisión.
Pero visto lo visto- hablo por mí y puede que por
algún otro de mi generación- no cambiaría mi infancia por nada del mundo y si
viviera otra vez, la repetiría tal cual fue, con sus momentos malos y los
buenos, pero de igual forma.
Con su lluvia tras los cristales, los pantalones
cortos, la EGB y sus exigentes maestros, los amigos de correrías y las primeras
amigas, la familia , las Navidades, las calles sin asfaltar, las piscinas en
verano, los poquísimos coches, las enaguas de la mesa camilla, los libros, el
cisco y el picón, los partidos de fútbol en las huertas cerca de la
carpínteria, el sol del estío, la piel morena y el vello rubio, el frescor de
la hierba en el Convento, el cantar de las ranas en el río, los helados, las
zamboas y las vinagretas, el Salto de la Mora, la pintura, el pan del molino,
los brazos fuertes de tu padre que viene del trabajo, los arrumacos de tu
madre, la paga de los abuelos, el olor de los guisos en la cocina, etc,etc…
¿ Quién sería tan torpe de cambiar todos esos
tesoros? Nadie, supongo.
Y por supuesto , por Miliki y su sonrisa burlona. A
los buenos momentos que nos regaló pegados a la tele, imantados por la magia y
los sueños del circo. El circo, ese universo de reminiscencias épicas y doradas
que parece abocado, como gran parte de lo bello, a la desaparición. Pero Miliki
mantuvo la llama hasta los 83 años y ahora, al marcharse- no todo el mundo
tiene la suerte de nacer para payaso- nuestra sonrisa se nos trocó en dulce y
apagada mueca y un punto de brillo en los ojos se nos veló por la tristeza de
su partida.
El Dios del amor y de la risa, de los niños, del
abrazo y la ternura lo ha llamado a su presencia. Ahora, el mundo es más
oscuro, más siniestro e impenetrable, más cruel y aborrecible. El niño que vive
dentro de nosotros agarrado de la mano
del anciano que seremos se nos ha quedado callado y huérfano. Sabe que el mundo
está en las garras de una legión de falsos payasos y que el genio y el humor de
Miliki para hacerles frente ya no están de su lado porque el molde se quebró
para siempre.
Al
hombre y al artista, descanse en paz.
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